Invest. educ. enferm; 23 (1), 2005
Publication year: 2005
Existe en nuestro medio social una marcada resistencia a aceptar una discapacidad de cualquier orden:
físico, sensorial o intelectual. Se considera que las personas en esta situación son nulas, inservibles e inválidas. De esta manera, se cree que discapacidad es sinónimo de debilidad, inseguridad e indefensión total. Se generan sentimientos de lástima, hacia sí mismo cuando la vivencia es propia y a las personas que viven esta condición, cuando la discapacidad no nos ha tocado de alguna manera. Con este artículo intento demostrar que la discapacidad es una elección de cada quien y que los discapacitados poseemos la capacidad de enseñar a personas en las mismas condiciones, y al mundo en general, que somos más de lo que vemos afuera, que somos seres humanos como todos, incluyendo nuestra diferencia, y que las personas completas o normales también pueden vivir con algún tipo de vacío o funcionamiento diferente, es decir, con dificultades emocionales, espirituales y de relación con los demás. En mi caso particular, la discapacidad me ha abierto un mundo diferente, ha constituido un elemento de crecimiento y de transformación personal y espiritual.